lunes, 30 de marzo de 2015

Miradas (IV) La cena...


Me sentí muy nerviosa durante todo el día. Igual no eran solo nervios. Había emoción en mí. Tomar café con él esa mañana fue algo tan sencillo y trivial como increíble. No sé que tenía el Sr. Grey pero me volvía loca. Podía ser que estuviera falta de relación y me venían bien unos pocos mimos y algo de cariño más carnal.
Es verdad que por entonces no tenía grandes amistades. Las chicas y chicos de la oficina son compañeros y no comparto con ellos lo más esencialmente imprescindible. No me gusta mezclar churras con merinas por muy ovejas que sean.
Unos días antes  llamé a Almi y le conté lo que me pasaba. Es como yo, la verdad, así que no hicieron falta demasiadas palabras. ¡Vive!, me dijo. Viviré.
¡Ponte bien guapa y cómete el mundo!, me aconsejó antes de colgar.
Y eso fue lo que hice.
Fui a la tienda con la idea de comprarme un bonito vestido. Negro, sin mangas, de cuerpo ajustado y falda por encima de la rodilla con un poco de vuelo. Pero salí de ahí con una idea completamente opuesta.
Ya tenía los zapatos adecuados pero me compré también un conjunto bonito de lencería.
Soy de la opinión de que una buena lencería, que te siente bien, y un buen perfume... te visten más que el mejor y elegante de los vestidos.

Esa misma mañana, me mandó un ramo de calas. Me pareció precioso el detalle. A lo mejor un poco fuera de lugar, tal vez por inesperado pero, lo cierto, es que fue algo que me encantó. No así los comentarios cotillas de mis compañeros pero ya se sabe cómo son estas cosas.

Me fui directa a casa aunque me paré en una mercería a comprarme unas medias. No es que sea torpe pero me conozco y yo sé que con nervios y prisas, todo son carreras. Llevaba dos días sin verlo y el café de la mañana me había sabido a poco por lo que mis ganas de estar con él no habían hecho otra cosa que crecer y crecer.

Me sentía como una adolescente: inquieta, emocionada, con hormigas en el estómago y aleteos de mariposas en las mejillas. Me sentía más alegre, como más viva, con más ganas de hacer las cosas. No estaba segura de que aquello fuera una historia con atisbos de profundizar pero, fuera o no, me gustaba vivirla.


Me duché y me maquillé. Me gusta marcar mi mirada y ese rabillo al final de los ojos... Me encanta. Me recuerda a las actrices de los años 60.
Vestida con mi lencería tonteé un poco delante del espejo: Pose de espalda, de cara, de lado... Bien puestos mis pechos en el sujetador... La línea de la braguita bien definida... ¡Qué poco sensuales quedan las medias sobre la piel! ¡Menos mal que las caderas no se ven porque podía bajar la libido al más salido del universo!

El móvil sonó sobre la mesita de noche. Era David. ¿Recogerme un taxi? ¡Eso sí que no me había pasado jamás! Yo pensaba que vendría en un súper cochazo a buscarme y me mandaba un taxi. ¡Qué romántico!

El taxista me dejó en la puerta de un elegante edificio de esos de principios del siglo XIX. Me indicaron que debía subir hasta la última planta y ahí me  volverían a decir. Me pareció sumamente elegante… y, lógicamente, sumamente caro.
La hoster, una chica de unos treinta años, elegantemente uniformada y perfectamente maquillada, me dio la bienvenida. Pregunté por David y sonrió. Avisó a otra persona, un chico joven, igualmente uniformado con un traje negro y corbata corporativa en color rojo con unas franjas violetas y otras más finitas en ocre.
Le seguí hasta el ascensor. Me dí cuenta que tenía dos puertas por lo que deduje que daba a instalaciones diferentes. No me equivoqué.
La puerta se abrió y dio paso a un espacio de terraza no demasiado amplio, perfectamente decorado con velas y luces estratégicamente colocadas. En el centro, una mesa cuadrada a la que tampoco faltaba detalle alguno. Me di cuenta de que se trataba de un área reservada.
Me puse mucho más nerviosa de lo que ya estaba.

- Disfrute de la velada, señorita –me dijo el chico al que sonreír dándole las gracias.

Me quedé a solas con David que, de pie, apoyado en el muro que hacía de barandilla, ni se movió pero sí me sonrió.
Apenas se percibía el bullicio de la ciudad en aquella parte tan céntrica de ella. La noche era clara y despejada. Podían verse algunas estrellas o, más bien, adivinarse.

Obviamente, había llegado antes a la cita para tener todo controlado, que no faltara detalle. Decidí esperarla junto a la barandilla, mirando la ciudad a mis pies. El bullicio de las calles poco a poco iba transformándose en una razonable calma. 

Llevaba varios días pensando en Cala. Había calculado hasta el más mínimo detalle; pero aun así, los nervios se acopiaron de mí. En ninguna otra cita había sentido lo mismo. Ella era, es, especial, única... Y quería que fuera perfecto, que supiera lo que suponía para mí, que sintiera ese deseo que no dejaba de crecer desde el mismo momento en que la vi. Y que con su inocencia genuina y su sola presencia iba poseyéndome. Sabía que su inocencia no era un gesto postural, que era algo natural en ella pero también sabía que escondía mucha inteligencia y mucha estrategia innata.

Miré el reloj, apenas quedan unos minutos. Levanté la cabeza, levantando la vista al cielo: Una noche despejada donde la luna con su majestuosidad estaba eclipsando a todas las estrellas.

No tardaron en avisarme de la presencia de ella. No podía dejar de mirar al cielo, como si estuviera implorando a un dios todas las fuerzas necesarias para que todo saliera bien.
Escuché al camarero desearle una buena velada... Me giré y dos segundos que fueron eternos e intensos. Nos miramos como dos tontos, inmóviles, expectantes... hasta que decidí caminar hacia ella.

No sabía si acercarme o esperar a que lo hiciera él. En realidad, debía ser él ya que era quién me recibía. No me moví y aguardé hasta que se decidió. Lo hizo.

- Hola musitó, inclinándose para besarme en sendas mejillas.
- Hola.
¡Estás preciosa!
- Gracias –Me sentí idiota y algo más, estúpida-. Y tú también estás muy guapo y elegante.
Tenía casi cuarenta años y parecía una niña tonta de apenas veinte que queda por primera vez con su chico. Sí, una jovencita de los años catapúm porque ahora esa jovencita se lo hubiera comido a besos.
Me atrajo hacia sí y volvió a repetir el gesto. Su aliento y su perfume me hipnotizaron y juro por Dios que le hubiera hecho el amor ahí mismo, o me hubiera dejado que me lo hiciera.

Él mismo me sirvió un poco de vino y charlamos. Me perdía en su mirada y me quedaba embobada en sus gestos, en su forma de expresarse…
Intentaba disimular mirando al exterior. La altura me impresionaba un poco pero reconozco que aquella vista de la ciudad era espectacular.

Nos sentamos en la mesa. La miraba y podía sentirla nerviosa e intranquila. Le acerqué una copa de champagne... Las burbujas ascendían. 
Chin chin.... 
Veía sus dedos con un ligero temblor. Tenía que calmarla aunque yo estaba tan nervioso o más que ella.  Hombre como yo, acostumbrando a lidiar en las mejores plazas y con los peores toros y ahora, resultaba, que ella controlaba todo.
Decidí hablar intentando que se tranquilizara:

- Espero que te guste. Es mi lugar preferido. En los días claros se ve al sol ocultarse tras las montañas  y los colores que surgen son impactantes y bellos, aunque no se si llegarían a tu belleza -Sonreí-. He de confesarte que desde el pasado día que nos vimos tomando café y te propuse salir a cenar, no he dejado de pensar en esta cita... Espero que todo por el momento sea de tu agrado. 


Los minutos fueron pasando. Poco a poco, esa tensión inicial fue desvaneciéndose. Los camareros nos trajeron los platos e iban sirviendo el vino, creando un ambiente mas cercano e íntimo. 
No parábamos de mirarnos. Sentía como ella escrutaba mi rostro perdiéndose en mis ojos, y a mí me perdía, me hacía temblar. El suave roce de sus dedos por encima de la mesa buscando el contacto de los míos de la forma más descarada como inocente
Miradas directas cuando hablábamos de cosas triviales y miradas furtivas, tímidas, expresivas cuando profundizábamos en cosas más íntimas.... Su perfume me envolvía como una agradable nube  que adormecía mis sentidos. Percibí el movimiento de sus piernas deslizándose bajo el mantel y situándose entre las mías, como sin querer. Me moví en el asiento para que estuvieran las mías más cerca de las suyas.

Perdona -me dijo como si hubiera sido algo fortuito. Sonrisas cómplices bajo un cielo nocturno que nos contemplaba con envidia...

La cena fue llegando a su fin y tras el postre, donde observe cómo el helado se fundía en su boca,  como apretaba suave los labios presionando la cucharilla, cómo frotaba uno contra otro cuando había tragado..., provocándome en mí todo un deseo de besarla.

Tras finalizar estuvimos hablando tranquilos. Mi cuerpo próximo al suyo y le pregunté si quería ir a tomar algo por alguna terraza o si deseaba ir a bailar. Ella accedió a tomar una copa en alguna terraza pero me confesó que no podía quedarse mucho. Yo accedí y nos dispusimos a salir.

- Cerca de aquí conozco una terraza donde la música es tranquila y se puede conversar... ¡Y sirven unos cócteles increíbles! 

No sé... Algo instintivo surgió. No lo pensé. Busqué su mano. La rocé y la suya  se posó en la mía y al puerta del ascensor se cerró.


La hubiera besado como si la vida me fuera en ello, como si su boca fuera la única manera de tomar aire y respirar. No sé por qué lo hice. Me conformé con levantar ambas manos y besar la suya y con salir de ahí tomados de ellas.

5 comentarios:

  1. Esas miradas... esos roces... esos detalles y pequeños pasos hacia algo tan maravilloso.

    Y cuánta razón tiene esa amiga... "Vive!"... muy buen consejo! ...un beso.

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  2. Maravilloso encuentro...de sentimientos vivos y preludio de una noche mágica.
    Besotes

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  3. Joderrrr....si es que esto es mejor que haberlo leido en fascículos...esos momentos de tensión inicial...cargados de sensualidad...de magia.... de romanticismo.... y esto no continua?
    Me encanta...
    un besazo

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  4. Encantadores momentos embriagados de deseos , de sensualidad, miradas que dicen tanto y el roce de los cuerpos que hablan...
    Delicioso.. beso

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