lunes, 30 de marzo de 2015

Miradas (IV) La cena...


Me sentí muy nerviosa durante todo el día. Igual no eran solo nervios. Había emoción en mí. Tomar café con él esa mañana fue algo tan sencillo y trivial como increíble. No sé que tenía el Sr. Grey pero me volvía loca. Podía ser que estuviera falta de relación y me venían bien unos pocos mimos y algo de cariño más carnal.
Es verdad que por entonces no tenía grandes amistades. Las chicas y chicos de la oficina son compañeros y no comparto con ellos lo más esencialmente imprescindible. No me gusta mezclar churras con merinas por muy ovejas que sean.
Unos días antes  llamé a Almi y le conté lo que me pasaba. Es como yo, la verdad, así que no hicieron falta demasiadas palabras. ¡Vive!, me dijo. Viviré.
¡Ponte bien guapa y cómete el mundo!, me aconsejó antes de colgar.
Y eso fue lo que hice.
Fui a la tienda con la idea de comprarme un bonito vestido. Negro, sin mangas, de cuerpo ajustado y falda por encima de la rodilla con un poco de vuelo. Pero salí de ahí con una idea completamente opuesta.
Ya tenía los zapatos adecuados pero me compré también un conjunto bonito de lencería.
Soy de la opinión de que una buena lencería, que te siente bien, y un buen perfume... te visten más que el mejor y elegante de los vestidos.

Esa misma mañana, me mandó un ramo de calas. Me pareció precioso el detalle. A lo mejor un poco fuera de lugar, tal vez por inesperado pero, lo cierto, es que fue algo que me encantó. No así los comentarios cotillas de mis compañeros pero ya se sabe cómo son estas cosas.

Me fui directa a casa aunque me paré en una mercería a comprarme unas medias. No es que sea torpe pero me conozco y yo sé que con nervios y prisas, todo son carreras. Llevaba dos días sin verlo y el café de la mañana me había sabido a poco por lo que mis ganas de estar con él no habían hecho otra cosa que crecer y crecer.

Me sentía como una adolescente: inquieta, emocionada, con hormigas en el estómago y aleteos de mariposas en las mejillas. Me sentía más alegre, como más viva, con más ganas de hacer las cosas. No estaba segura de que aquello fuera una historia con atisbos de profundizar pero, fuera o no, me gustaba vivirla.


Me duché y me maquillé. Me gusta marcar mi mirada y ese rabillo al final de los ojos... Me encanta. Me recuerda a las actrices de los años 60.
Vestida con mi lencería tonteé un poco delante del espejo: Pose de espalda, de cara, de lado... Bien puestos mis pechos en el sujetador... La línea de la braguita bien definida... ¡Qué poco sensuales quedan las medias sobre la piel! ¡Menos mal que las caderas no se ven porque podía bajar la libido al más salido del universo!

El móvil sonó sobre la mesita de noche. Era David. ¿Recogerme un taxi? ¡Eso sí que no me había pasado jamás! Yo pensaba que vendría en un súper cochazo a buscarme y me mandaba un taxi. ¡Qué romántico!

El taxista me dejó en la puerta de un elegante edificio de esos de principios del siglo XIX. Me indicaron que debía subir hasta la última planta y ahí me  volverían a decir. Me pareció sumamente elegante… y, lógicamente, sumamente caro.
La hoster, una chica de unos treinta años, elegantemente uniformada y perfectamente maquillada, me dio la bienvenida. Pregunté por David y sonrió. Avisó a otra persona, un chico joven, igualmente uniformado con un traje negro y corbata corporativa en color rojo con unas franjas violetas y otras más finitas en ocre.
Le seguí hasta el ascensor. Me dí cuenta que tenía dos puertas por lo que deduje que daba a instalaciones diferentes. No me equivoqué.
La puerta se abrió y dio paso a un espacio de terraza no demasiado amplio, perfectamente decorado con velas y luces estratégicamente colocadas. En el centro, una mesa cuadrada a la que tampoco faltaba detalle alguno. Me di cuenta de que se trataba de un área reservada.
Me puse mucho más nerviosa de lo que ya estaba.

- Disfrute de la velada, señorita –me dijo el chico al que sonreír dándole las gracias.

Me quedé a solas con David que, de pie, apoyado en el muro que hacía de barandilla, ni se movió pero sí me sonrió.
Apenas se percibía el bullicio de la ciudad en aquella parte tan céntrica de ella. La noche era clara y despejada. Podían verse algunas estrellas o, más bien, adivinarse.

Obviamente, había llegado antes a la cita para tener todo controlado, que no faltara detalle. Decidí esperarla junto a la barandilla, mirando la ciudad a mis pies. El bullicio de las calles poco a poco iba transformándose en una razonable calma. 

Llevaba varios días pensando en Cala. Había calculado hasta el más mínimo detalle; pero aun así, los nervios se acopiaron de mí. En ninguna otra cita había sentido lo mismo. Ella era, es, especial, única... Y quería que fuera perfecto, que supiera lo que suponía para mí, que sintiera ese deseo que no dejaba de crecer desde el mismo momento en que la vi. Y que con su inocencia genuina y su sola presencia iba poseyéndome. Sabía que su inocencia no era un gesto postural, que era algo natural en ella pero también sabía que escondía mucha inteligencia y mucha estrategia innata.

Miré el reloj, apenas quedan unos minutos. Levanté la cabeza, levantando la vista al cielo: Una noche despejada donde la luna con su majestuosidad estaba eclipsando a todas las estrellas.

No tardaron en avisarme de la presencia de ella. No podía dejar de mirar al cielo, como si estuviera implorando a un dios todas las fuerzas necesarias para que todo saliera bien.
Escuché al camarero desearle una buena velada... Me giré y dos segundos que fueron eternos e intensos. Nos miramos como dos tontos, inmóviles, expectantes... hasta que decidí caminar hacia ella.

No sabía si acercarme o esperar a que lo hiciera él. En realidad, debía ser él ya que era quién me recibía. No me moví y aguardé hasta que se decidió. Lo hizo.

- Hola musitó, inclinándose para besarme en sendas mejillas.
- Hola.
¡Estás preciosa!
- Gracias –Me sentí idiota y algo más, estúpida-. Y tú también estás muy guapo y elegante.
Tenía casi cuarenta años y parecía una niña tonta de apenas veinte que queda por primera vez con su chico. Sí, una jovencita de los años catapúm porque ahora esa jovencita se lo hubiera comido a besos.
Me atrajo hacia sí y volvió a repetir el gesto. Su aliento y su perfume me hipnotizaron y juro por Dios que le hubiera hecho el amor ahí mismo, o me hubiera dejado que me lo hiciera.

Él mismo me sirvió un poco de vino y charlamos. Me perdía en su mirada y me quedaba embobada en sus gestos, en su forma de expresarse…
Intentaba disimular mirando al exterior. La altura me impresionaba un poco pero reconozco que aquella vista de la ciudad era espectacular.

Nos sentamos en la mesa. La miraba y podía sentirla nerviosa e intranquila. Le acerqué una copa de champagne... Las burbujas ascendían. 
Chin chin.... 
Veía sus dedos con un ligero temblor. Tenía que calmarla aunque yo estaba tan nervioso o más que ella.  Hombre como yo, acostumbrando a lidiar en las mejores plazas y con los peores toros y ahora, resultaba, que ella controlaba todo.
Decidí hablar intentando que se tranquilizara:

- Espero que te guste. Es mi lugar preferido. En los días claros se ve al sol ocultarse tras las montañas  y los colores que surgen son impactantes y bellos, aunque no se si llegarían a tu belleza -Sonreí-. He de confesarte que desde el pasado día que nos vimos tomando café y te propuse salir a cenar, no he dejado de pensar en esta cita... Espero que todo por el momento sea de tu agrado. 


Los minutos fueron pasando. Poco a poco, esa tensión inicial fue desvaneciéndose. Los camareros nos trajeron los platos e iban sirviendo el vino, creando un ambiente mas cercano e íntimo. 
No parábamos de mirarnos. Sentía como ella escrutaba mi rostro perdiéndose en mis ojos, y a mí me perdía, me hacía temblar. El suave roce de sus dedos por encima de la mesa buscando el contacto de los míos de la forma más descarada como inocente
Miradas directas cuando hablábamos de cosas triviales y miradas furtivas, tímidas, expresivas cuando profundizábamos en cosas más íntimas.... Su perfume me envolvía como una agradable nube  que adormecía mis sentidos. Percibí el movimiento de sus piernas deslizándose bajo el mantel y situándose entre las mías, como sin querer. Me moví en el asiento para que estuvieran las mías más cerca de las suyas.

Perdona -me dijo como si hubiera sido algo fortuito. Sonrisas cómplices bajo un cielo nocturno que nos contemplaba con envidia...

La cena fue llegando a su fin y tras el postre, donde observe cómo el helado se fundía en su boca,  como apretaba suave los labios presionando la cucharilla, cómo frotaba uno contra otro cuando había tragado..., provocándome en mí todo un deseo de besarla.

Tras finalizar estuvimos hablando tranquilos. Mi cuerpo próximo al suyo y le pregunté si quería ir a tomar algo por alguna terraza o si deseaba ir a bailar. Ella accedió a tomar una copa en alguna terraza pero me confesó que no podía quedarse mucho. Yo accedí y nos dispusimos a salir.

- Cerca de aquí conozco una terraza donde la música es tranquila y se puede conversar... ¡Y sirven unos cócteles increíbles! 

No sé... Algo instintivo surgió. No lo pensé. Busqué su mano. La rocé y la suya  se posó en la mía y al puerta del ascensor se cerró.


La hubiera besado como si la vida me fuera en ello, como si su boca fuera la única manera de tomar aire y respirar. No sé por qué lo hice. Me conformé con levantar ambas manos y besar la suya y con salir de ahí tomados de ellas.

domingo, 22 de marzo de 2015

Miradas (III) El día D...

No podía dejar de pensar en ella. Esto que me pasa se escapa a mi entendimiento. Soy un tipo con suerte. Hay que reconocerlo pero tampoco soy el más de lo más: Un tipo corriente. Sí, ahora me dicen que soy un Grey pero él folla duro y yo me conformo simplemente con follar. ¡Tiene su gracia! Pero con ella, con ella todo era,es, diferente. Pensaba en tenerla entre mis brazos pero no de esa manera, que también, pero sentía, sobre todo, mucha ternura. La misma que sigue despertando en mí hoy en día.
Porque quería darle todo el placer que pudiera, estar atento a sus gestos, a sus deseos; anticiparme con mi cuerpo y con mi mente a cada una de sus fantasía. Quería ver en sus ojos ese brillo tan especial; sentir cómo su cuerpo se arquease de placer y su boca emitiera cada nota... como un instrumento valioso y perfecto entre mis manos.

Esos días durante los que nos habíamos visto, habíamos aprendido muchas cosas el uno del otro. Cada es..., es..., es..., es especial y quería que lo supiera, como si pudiera escribírselo en un cartel de neón, como en las películas de amor.
Cala... Cala... ¡Cómo me gusta ese nombre!
No había habido ni un beso, más allá de los lógicos de cortesía, pero me la comía con la mirada... Y pensaba, creía, estaba convencido de que ella sabía que era devorada y no se contravenía ni se sentía incómoda.
Cuando la invité a cenar y aceptó, empezó a volarme la imaginación. Empecé a maquinar para que todo fuera perfecto. Quería que todo fuera maravilloso e inolvidable para ella. Se lo merecía. Se lo merece todo.

Llegó ese día. Le mandé a su trabajo un ramo de calas blancas por la mañana. Me encantó la emoción de su voz al llamarme para darme las gracias. Era como una niña pequeña con el regalo de su vida. Me emocionó esa naturalidad. Me aseguré que supiera que pensaba en ella. No la agobié con cientos de mensajes pero me hacía notar cada par de horas.


Llegué a casa con prisas. Había cerrado todos mis asuntos para que nada ni nadie me robara tiempo que pudiera dedicarle a ella y, aún así, se me estaban echando los minutos encima. 
Me fui a la ducha directo. Mis manos recorrían mi cuerpo y dejaba que el agua cayera caliente sobre mi piel... Luego, fría... Una impresión que me ponía las pilas.


Me vi en el espejo al salir de la ducha. Anudé la toalla a la cintura. El vaho lo cubría todo. Con mi mano rompí el vapor impregnado en el espejo... Miré mis ojos... Me prometí que esa noche iba a ser una noche única... y ella iba a ser mi mayor tesoro...
Me afeité de nuevo y casi derramé medio frasco de mi perfume por todo el cuerpo. Dice que le gusta pero no me iba a pasar. No quería que mi aroma lo impregnase todo y me impidiera percibir el suyo: Esa delicada fragancia a lilas... que me vuelve loco.

Aún en toalla, abrí el armario ropero y elegí qué ponerme aquella noche: Traje oscuro de corte italiano y camisa blanca..., la corbata... Mi reloj, el anillo...
Un último vistazo a la habitación. Todo en orden.
Antes de salir, decidí llamarla. Asegurarme de que estaba lista. Lo estaba. No iría a buscarla. Nos veríamos directamente en el restaurante. Si quería que fuera diferente había que empezar desde el principio.


- ¿Estás, entonces?
- Sí. Te espero.
- Irá a buscarte un taxi. Te lo envió ahora mismo. Él te llevará directamente hasta el lugar donde vamos a cenar. No tienes que pagarle. No te preocupes.

Había hablado con Manuel, el taxista. Tengo buena relación con él y si puede es  quien siempre me mueve cuando he de ir o volver del aeropuerto o recoger a algún cliente que espero. Ya arreglaría cuentas con él sin problema alguno.

Volví a mirarme en el espejo. La noche acababa de empezar...

Miradas II

martes, 17 de marzo de 2015

Miradas (II).- Con nocturnidad...

Estaba ansiosa por ver una respuesta. Me sentí ridícula. Se hizo esperar o me pareció que el tiempo se dilataba... Y de pronto, dos pitidos me sobresaltaron a pesar de la espera: La señal del mensaje.

- Ha sido todo un placer compartirlo contigo. Ya estoy deseando verte mañana.
- Gracias. No sé si podré invitarte mañana... Bueno, sí..., de lejos.
- Te esperaré... Y, si se me complica la mañana, otro día.
- Me parece bien.
- Creo que se me hará laaarrgo. Sé que lo tienes dificil para escaparte.
- No es por escaparme. Es porque no voy sola.
- Te quiero sola ;-) –A eso respondí con un icono de risa- Hoy no pude dejar de pensar en ti. Recuerdo cada palabra de esta mañana… Y tus ojos… Grabado todo en mi mente.
- ¿Y eso?
- Llevo tiempo viéndote. Y cada día que aparecías… ya el día me merecía la pena… Cuando no estás, el día se vuelve gris.

Me sonreí. Me hizo bien pero tenía que ser prudente. No sabía si era sincero o un simple ligón con otras intenciones. ¿Un tío así fijándose en mí? Y no me doy de menos pero él me parece impresionante: Un tipo elegante, educado… Uno de esos que parecen sacados de una película… Un Grey… Y de momento, con muchas más sombras que claros.


Me sentía a gusto hablando con él y el tiempo se me estaba pasando en un suspiro. Tanto tiempo coincidiendo y era ahora cuando todo surgía de la nada. Aún así, debía ser prudente y no dejarme llevar por emociones superfluas, de esas que te ciegan, que te hacen tener ilusiones y que al final, todo se desvanece como si hubieras comprado una botella de humo.

Hacía tiempo que no sentía ese hormigueo en mí y, al tiempo que me mantenía en alerta, me desbocaba en pensamientos, en quimeras…

El teléfono rodaba entre mis dedos, dudaba en llamarla. No quería romper la confianza que ella había depositado en mí pero, por otro lado, el deseo crecía en mí, convirtiéndose en algo insoportable… Y de la única manera que podía liberarme es llamándola...

El sonido me sobresaltó y el corazón se me aceleró. Vi su nombre reflejado en la pantalla y mis manos empezaron a temblar. No lo pude evitar. Y contesté, esperando unos segundos para no parecer tan impaciente:

- Hola -le musité casi en un susurro a pesar de que nadie, salvo él me podía escuchar.
- Hola... -musitó. Mi cuerpo se estremeció. Si su voz ya me había cautivado cara a cara, por teléfono no tenía nada que ver. Era más masculina y muchísimo más sensual, capaz de provocar una conmoción en todo mi cuerpo.- ¿Cómo estás?
- Bien –respondí sin poder evitar percibir en mi boca esa sonrisa tonta-. ¿Y tú?
- Perfecto… Tumbado en mi cama… Solo.

¿Solo? ¿Eso era una información o una insinuación? No dije nada y pasé a otra cosa. Volví a insistir en posibilidad de no coincidir al día siguiente y él se deshizo en comprensión y dejó, subliminalmente en unas ocasiones y directamente en otras, la intención de continuar viéndonos.

Me elevaba oír su voz al otro lado de la línea. Era y es aniñada y dulce y ella, en cambio, una gran mujer. Así la veía, así la veo, y así la siento. Así quiera tenerla siempre. No, miento... Ser suyo también. Quería algo más. Lo deseaba pero había que ser cauto para no asustarla. No soy un tipo de esos que van a saco. Tengo mi clase. Debía  ser paciente y ganármela con toda la sinceridad del mundo.
La quiero tener más. La quiero mía.

-Buenas noches, David.
- Buenas noches..., mi ninfa... Descansa.

Tras colgar el teléfono, sus palabras se repetían una y otra vez en mi mente, suaves y delicadas, despertando aún más el deseo de estar junto  a ella. Necesidad de volver a verla, estar junto a su cuerpo,  su mirada.... Sentía como su solo recuerdo se inoculaba en mí como un veneno...


Dejé el teléfono sobre la mesilla. No paraba de imaginarla ante mi: Su sonrisa y el leve contoneo de su cuerpo al acercarse al bar todas las mañanas.  La imagen se repetía una y otra vez,  fundiéndose con su cálida voz. 
La imagine ante mí. Mi cuerpo la deseaba y mi mente la recreaba. 
Ahí, con su sonrisa, con su cuerpo para mi, acercándose dispuesta a entregarse...
Mi mano descendía por mi piel, desde mi pecho hasta mi pubis, pasando por mi estómago. Sentía como el placer crecía en mi con ella presiente en mi mente pero sintiéndola tan cerca que su mano era la mía.  
Oprimía mi pene entre los dedos con una suave cadencia, como la que imaginaba tendría ella avanzando sobre mí. No paraba de evocarla, imprimiendo un mayor ritmo y sobre todo presión. Mi otra mano la deslizaba por encima de mi abdomen...

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Pensar en esa conversación, a pesar de que no nos habíamos dicho nada subido de tono, solo nos habíamos desnudando un poco en sentimientos, mostrándonos un poco más íntimos... Pero pensar en la posibilidad de tenerla hacía que la excitación creciera, transformándose en un deseo que explotaría sobre mi piel desnuda, cubriéndola con mi semen cálido, resbalando por mí...

Y qué estúpido me sentí al pensar que le había dicho "mi ninfa". ¿Qué pensaría de mí? No podía permitir cometer ni un solo error. Ni hoy puedo permitírmelo. Su presencia me llena y la necesito. Sí, soy un tío con un par de cojones pero ante una mujer como ella y con un deseo como el que sentía..., como el que siento...

miércoles, 11 de marzo de 2015

Miradas (I)...

Hacía muy poco tiempo que me acercaba por esa cafetería. Está a dos pasos de mi trabajo, en el que también soy nueva, y todavía ando conociendo un poco las calles, los lugares, las personas por lo que no me alejo mucho, aunque he de agradecer a algunos de mis compañeros su cortesía para sentirme más cómoda.
Me encantó desde el primer momento. Solo había visto una así en París y me pareció un lugar precioso, con encanto, recogido y tierno, si es que un negocio puede definirse como tierno.

Aquella mañana bajé sola a desayunar. Había mucho trabajo en la oficina y faltaban dos compañeros, de modo que tanto Luis como yo bajaríamos a desayunar solos.

Empezaba a conocer a la gente aunque no tenía conversación con nadie: Un “buenos días”, un “¿qué tal hoy?” o, un simple “hasta luego”. Solo con los camareros, por el hecho de ir todos los días y tener una relación más cercana, intercambiaba alguna que otra palabra.

Todos esos días había coincidido, a la misma hora y en el mismo sitio, con aquel hombre. Había algo en él que me buscaba. No sé si era su porte –el traje le quedaba como un guante-, el aroma de su perfume –que cuando pasaba a su lado parecía impregnarse por todas partes de mi ser-, la forma que tenía de mirar alrededor de él, aquella sonrisa a medio definir, su educación al saludar… No sé, algo había.
O si, simplemente, se trataba de su físico –no me parecía el hombre más guapo del mundo pero tenía un punto atractivo que lo hacía interesante.

Observé cómo doblaba el periódico y lo dejaba a un lado, cómo tomaba su taza y le daba un pequeño sorbo, cómo miraba el móvil y echaba un nuevo vistazo en torno a sí. No aparté mi mirada cuando sus ojos la encontraron. La mantuve y sonreír. La sonrisa me salió sola. Él me correspondió.


Fue curioso. Mostró su reloj, señalándolo, dándole un par de golpecitos con el dedo índice y, a través, del aire, sin mencionar palabra alguna, leí en sus labios:

- ¿Otro?

Miré entonces mi reloj. Tenía todavía unos diez minutos. ¿Por qué no aceptar una invitación tan inesperada? Acepté, moviendo la cabeza. Sé que tenía un final, así que la excusa para irme estaba más que justificada.
Se acercó a mí con una sonrisa. Me dí cuenta de su andar: seguro, pausado, decidido… Me sentí nerviosa. ¡Qué tonta! Hasta percibí cierto temblor en mis manos. Solo esperaba que ese ardor que sentía en mis mejillas no se expresara también en un sonrojo. No estamos para adolescencias a estas alturas.

- Hola –pronunció. Su voz me pareció una especie de brisa profunda, una de esas que levantan tus faldas, refrescan tu piel y te hacen sentir tímida y avergonzada por haber mostrado más de lo necesario.
- Hola –le respondí con una sonrisa mientras el camarero nos servía otro café a cada uno-. ¿Me puedes poner una nube de leche, por favor?
- Por supuesto –respondió.

 

Tomó mi mano sin que yo se la ofreciera, pero no por no querer sino por qué no se me ocurrió. Luego vinieron los dos besos, uno en cada mejilla. Su perfume me embriagó y me estremeció, y la suavidad de su piel, su aliento tan cerca de la mía...
Su nombre me pareció hermoso en su voz y cuando repitió el mío un par de veces, estuve a punto de derretirme.
El local hasta la bandera y yo solo le oía a él, aunque al principio reconozco que me costó centrarme.

¡Maldito el tiempo que se iba a acabar!
Pero para todo hay un principio y un final.
El tiempo se echaba encima y debía regresar a la oficina para que Luis pudiera salir también. Apuré los diez minutos hasta que ya no pude alargarlos más. Apenas me había dado tiempo a saber su nombre, que trabajaba en una empresa cercana, liado entre papeles y llamadas... Y que era dulce, tierno, cercano, algo embaucador... y sí, sumamente atractivo.
Tanto me pareció que reconozco que me sentí como una jovencita que acabara de descubrir al chico de su vida, mostrándose coqueta, riéndose de todo, intentando resultar más agradable de lo que ya lo era por naturaleza... Intentando conquistar...

- Debo irme. He de turnar a mi compañero.
- Yo también he de irme. Me ha sabido a poco este café.
- Otro día te invito yo a ti.
- Perfecto. ¿Puedes dejarme un momento tu móvil?
- ¿Cómo? -pregunté, sorprendida y confundida.
- No te preocupes. Solo voy a hacer una cosa. No voy a curiosear la información.

No sé por qué accedí a ello. Saqué mi móvil del bolso, lo desbloqueé y se lo entregué. Hábil se manejo en él. Tecleó y me lo devolvió.

- Luego lo miras. ¿Nos vamos? -sonrió mientras sentí su mano en la parte posterior de la cintura, casi imperceptible.
- Sí.

En la calle nos despedimos con dos besos pero en esta ocasión, me atreví un poco más: No dejé que las mejillas se rozaran. Apoyé mi mano en su nuca y posé mis labios sobre su piel.


Y tomamos direcciones opuestas. Aún así, me giré avanzados unos pasos. Le observé caminar dándome la espalda pero, de repente, se giró. Nos miramos, sonreímos y nos despedimos con la mano.
Miré el móvil. Busqué en la agenda instintivamente:
"David
655 XX 25 XX"

Estuve todo el día inquieta, con ganas de saber de él, de hablar pero no me atreví en ningún momento, y esperé a que su nombre saliera en mi pantalla. Algo que era imposible. Había dejado la pelota en mi tejado. Y yo tenía que tomar la decisión de jugar o dejarlo.
A la noche, ya metida en mi cama y después de haber cogido y dejado el teléfono unas mil veces, decidí dejar un mensaje:

- "Me ha encantado el café de esta mañana... Buenas noches. Un beso."


Por mi amiga Magdalia.

viernes, 6 de marzo de 2015

Sobre tus piernas... (desde sus ojos)

Te oí abrir la puerta de casa. Silbaste como de costumbre esa canción que anuncia tu llegada. Llegaste al salón y yo estaba en el sofá, con mi té en la mano y el libro abierto boca abajo sobre el asiento que quedaba libre a mi lado.
Dejaste tus cosas en la silla y en la mesa, y te acercaste hasta mí. Apoyaste una mano en el respaldo del sofá y la otra en una de mis piernas. Tu boca se estrelló contra mis labios y el perfume de tu piel se coló hasta mis pulmones. La sensación de ese beso me supo a poco y quise más. Alargué ese beso cuando querías alejarte. Tu lengua se prendió entre mis labios y empezó a jugar con la mía.

Te sentaste a mi lado. Me abrazaste. Tus manos se aliaron con mi cuello y mis mejillas. Mis brazos se cruzaron sobre tu espalda, aferrándome a tu cuerpo cuando te inclinaste sobre mí, quedando sobre mi cuerpo: Tu pecho pegado el mío. Tu boca clavada sobre mis labios. Mis piernas se abrieron para acogerte en el hueco que dejaron hasta que tus caderas se apoyaron en las mías.

Sentí como crecía tu deseo bajo tu pantalón, sobre mi ropa. Tus manos me recorrieron, desde la garganta, con tu boca entreabierta; hasta mis pechos, donde tus manos los coparon; donde tus dedos desabotonaron mi camisa y dejaron mi piel al descubierto. Sin trabas, sin telas que la escondieran.
Tu respiración se aceleró. Tu voz se perdió en un gemido. Tu saliva se revolcó con la mía en aquel beso denso, profundo, que parecía querer atravesar el hueco de mi garganta.

Te ayudé a abrirte la camisa y, mientras yo tiraba de mi pantalón, tú, de pie al lado del sofá, te quitabas el tuyo. Tu sexo emergió con fuerza tras retirar tu bóxer. Te acercaste hasta mí. Me tendiste la mano para levantarme. Te sentaste y me invitaste a hacerlo sobre ti… A horcajadas me coloqué encima de ti, percibiendo la erección de tu miembro rozando mi sexo, sin dejarlo entrar.

Nuestras bocas jugaban a ser una. Yo me movía encima de ti, dejando que tu pene profundizara en la línea que forman mis labios henchidos de deseo, mientras el vértice de mi sexo, la femineidad hecha perla, crecía con mi excitación, al roce de tu piel hecha músculo…

Sentía tus manos agarrando mis nalgas, oprimiéndolas, juntándolas y también separándolas, aupándome sobre tu sexo, intentando clavarlo en mi carne. Esa altura, favorecida por mi impulso, permitía a tu dedo buscar el anclaje al final de mi espalda y  tener mis pechos al alcance de la boca.
Erectos mis pezones, llamativos timbres en alerta, se hundieron entre tus labios. Primero uno. Luego, se vencería el otro. Tus dientes los aturdían. Los labios los consolaban. La lengua los bendecía… Y tu boca entera, los enterraba.
Pero mi excitación provocaba que mi sexo se llenara de esencia, que mis efluvios exudaran de mis carnes, mojándote, confundiéndose con tu borrachera de sensaciones, hasta que en ese grito vestido de gemido, con la garganta seca pese a la saliva de tu boca, fuera la llamada de guerra en la que tu cuerpo y el mío se fundieran por completo.

norysomante:

He listens to her day… taking in her beauty

Mis alzadas sobre tu sexo. Las clavadas del tuyo en el mío. Tus líquidos. Mis fluidos. Mis pechos arrugados bajo tus manos, presas hinchadas de deseo. El retorcimiento de mis pezones bajo las yemas de tus dedos.
Y las miradas perdidas y al mismo tiempo, fijas la una en la otra, como mareadas, como incandescentes… Vibrando de deseo, de entrega, de calor, de fuego…, de esencia tuya… y mía.
Tus gemidos… Mi respiración entrecortada.
Tu respiración ronca y mis jadeos.
Y mi sexo inundado del tuyo. El tuyo impregnado de mis jugos, de la esencia de tu vida y de la resurrección de la mía.
Y en ese abrazo, ese que nos separaba apenas un pálpito, te derramaste en mí, escupiendo esa savia blanca que se fundió entre mis paredes calientes, oscuras y mojadas, lavada tras un instante con ese río de lava transparente que nació de mí…
Y en ese orgasmo compartido, en ese cúmulo de espasmos, de sacudidas inflamadas de sonidos parpadeantes, tu cuerpo exhalado y el mío padecido, perecieron juntos en resurrección postrera.


Sí, ese fue mi recibimiento… Un momento de arrebato que tenía que estallar entre mis piernas sobre las tuyas.

Hay veces en que relatos como este se reciben y sería un pecado que no vieran la luz....
GRACIAS

jueves, 5 de marzo de 2015

Junto a ti (II)...

Mi cuerpo se gira. Contemplo tu presencia y sonrío. Tu mirada fija en mi. Nos abrazamos bajo el agua cálida, fundiéndonos en un beso, abrazados, deseosos del otro, sintiendo el contacto de tu cuerpo  que se estrecha contra el mio. 
Como un barco buscando refugio, mis manos surcan tu piel. Nuestras bocas se desean y desatan el deseo que ambos llevamos dentro. Mi lengua entre tus labios, recorriéndolos lentamente... Tu pelo mojado sobre tu espalda. Mis dedos bajando por tu contorno atrayéndote  contra mí. 
Nos reímos... A carcajadas.


El contacto de tu cuerpo aumenta mi excitación. Mi pene endureciéndose con el contacto de tu abdomen. Tus senos se mueven contra mi pecho y se aprietan contra él. Me empujas contra la pared. Tu boca muerde mis labios y tus dedos resbalan por mi cintura .... hasta llegar a mi sexo. Tomas mi pene entre ellos y lo presionas...

Me miras.  Una sonrisa fría aparece en tu rostro. Comienza el movimiento de tu mano, situando tu pulgar en mi glande. Sientes como la excitación aumenta en mi cuerpo. Tus ojos me estudia. Observas como mi rostro va reflejando el placer que me vas inoculando. Intento acariciarte pero lo impides, acercándote a mi oído y susurrándome:

- Hoy serás mio...

Mis puños se cierran y me deleito con el movimiento de tu mano. 
Me pones a mil... ¡Ufffff! 
Pero no digo nada. Me observas y comienzas a descender, arrodillándote ante mi. Tu boca se abre y tu lengua va lamiendo mi glande, sintiendo como mi polla se endurece aun más y palpita entre tus dedos. Vuelves a sonreír, mirándome fijamente. Comienzas a introducirla en tu boca. Tus labios van rizando cada centímetro de mi miembro. Un escalofrío recorre mi espalda mientras el agua cae por mi pecho descendiendo hasta tu rostro.


Tu mano mantiene la cadencia que imita tu boca. El placer que me imprimes es difícil de describir. Solo debo sentirlo. Mis piernas tiemblan levemente. Lo percibes y aumentas la presión.  Leves gemidos escapan de mi boca, mientras tu lengua y tus dientes juegan con mi sexo: Lames mi glande y  luego lo muerdes débilmente. Mi cuerpo se tensa. Mis pectorales se contraen... y un quejido escapa de mi boca. Más intenso si cabe que los anteriores.
Siento mi semen explotando en tu boca, deslizándose entre tus labios; impregnando tu dedos que se aferran a mi polla y mantienen el movimiento. Otro nuevo bombeo... Surge cálido y espeso entre tus labios.
Tu presión va cediendo. Tu lengua va recorriendo mi glande hasta llegar al extremo donde recoges tan suave néctar.
Observo como vas incorporándote, besando mi cuerpo en tu ascenso, hasta situarnos frente a frente. Tus manos toman mi rostro y nos besamos con deseo  saboreando tu boca abrazados bajo la ducha.....
Mientras la ciudad duerme... Yo he sido tuyo.

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martes, 3 de marzo de 2015

Junto a ti (I)...

El viento silva en el exterior. Los sonidos de la gran ciudad se filtran por los cristales y permanezco tumbado en la cama. Miro el reloj: Son las 3.30 horas, y sin visos de conciliar el sueño.  Me giro y te observo tendida a mi lado. Vislumbro tu bello cuerpo bajo la sabana. Tu rostro angelical y tu cuerpo descansando tras el placer dado horas antes.

Me incorporo y voy a la cocina. El fluorescente titila y se alumbra. Caliento el café en el microondas y me siento. El silencio lo invade todo. Solo ecos lejanos que llegan filtrados a través de las paredes... Apuro la taza. Siento en mi piel las marcas producidas por tu efusividad hace horas y decido darme una ducha.


Me desnudo y me adentro bajo el agua cálida que comienza a escurrir por mi cuerpo. Mis manos apoyadas en los baldosines, dejándola caer por mi espalda, sintiendo la relajación en cada uno de mis músculos. Cierro mis ojos. Mi cuerpo rodeado por una espesa nube de vapor creando una atmósfera irreal y vaporosa donde la luz se atenúa bajo la espesa niebla... Siento el crujido de la puerta,  el sonido de tus pies descalzos sobre el frío suelo y la mampara abriéndose... Me giro... Tus ojos clavados en mí. Tu piel de marfil acercándose hasta situarse bajo el caudal de agua que nos acaba envolviendo y empapando... 
Nos besamos.
Siento la calidez de tu cuerpo,  tu suavidad...