miércoles, 22 de julio de 2015

Ese intenso deseo... (final)

Mi lengua se erigía en círculos sobre su sexo. Sus gemidos explotaban en la habitación cuando mi boca apretaba sus húmedos labios… Pero sí, soy algo cabrón… Me detuve cuando sabía que estaba a punto de estallar. Aquellas convulsiones, la tensión de su cuerpo, como apretaba la ropa en sus manos…
Me aparte, y con fuerza, casi con brusquedad, la cogí de las  piernas y le dí al vuelta, dejándola boca abajo y dándole un par de manotazos en las nalgas antes de acariciarle la espalda con las yemas de mis dedos, contrastando la suavidad del gesto con la brusquedad del revés.
Volví a tomarla con fuerza, subiéndola de las caderas para dejarla de rodillas y enrollando su melena en mi puño, como si fuera un ramal de la yegua que me iba a montar. Le abrí las piernas. La obligué a echar la cabeza hacia atrás, a tensionarse… y la penetré con fuerza. Estaba tan mojada que mi polla entró sola.


Bombeé con fuerza, salvaje, haciéndola gemir de placer, arrancándole alguna maldición con mi nombre. ¡Dios! La poseía como un loco y sé que a ella le gustaba. Me estaba haciendo sudar y su piel empezaba a brillar también, mientras su espalda se arqueaba y yo seguía tirando de su pelo.
Me acerqué a su oído. Dije alguna que otra palabra mal sonante pero que en ese momento sonaban como caricias.

“Me gustas así… Mía…”

Me sorprendió aquella iniciativa suya. Me apartó en un momento. Hizo que me sentará y se colocó a mis pies, como una gata en celo… dejándose oler, mostrándome su sexo, desesperándome… hasta que, sentada a horcadas, se hizo clavar por mí.
Me llevó las manos a su culo y las mantuvo bajo las suyas mientras se veía como ese vaivén de olas: Adelante…, hacia atrás… Balanceando su cuerpo… en tanto yo levantaba las caderas para meterme más en ella.
Aquellos pezones erectos me estaban volviendo loco. Mi boca se volvió ávida de ellos y los tomé entre mis dientes, los lamí, los absorbí… Y ella aceleró sus clavadas en mí.

Me clavó las uñas, marcándome. Cogió mi cabeza entre sus manos, sin cesar en sus movimientos. Creí que me iba a bofetear de lo salvaje que estaba pero no… Se acercó a mí y si yo antes le había dicho que era mía, ahora me reclamaba a mí como suyo. Le agarré el pelo y tiré de ella hacia atrás. Le mordí de nuevo los pezones. Se los pellizqué… Y sus uñas continuaron arañando mi piel… ¡Joder, que cabrona, que salvaje! ¡Me volvía loco!

 

Empecé a levantarla, a hacer que sus hincadas fueran más fuertes. La notaba abrirse a mi polla. Su boca se abría, gemía… Y yo me bebía su aliento…
Y sentí su corrida. Ese río de lava que me mojó entero. Y siguió cabalgando, bárbara, desbocada… hasta que yo me fui dentro de ella, mezclando mi líquido con el suyo…, abrazándola, bebiendo su agotado resuello…

Lo sentí estremecer mientras sus puños se cerraban nuevamente en mi pelo; jalando a ritmo de sus golpes de caderas.
Ambos comenzamos a sentir los espasmos que anunciaban el orgasmo. Él sostenía mi espalda mientras la arqueaba, y entre ahogados gemidos sentí su caliente esencia invadirme dentro.

Ni sé cómo llegamos a la cama pero al despertar, estaba solo en la cama. Pensé que estaría en el baño o en alguna parte de la casa pero no se oía nada.

La llamé mientras, desnudo, iba en su busca. No estaba. Busqué mi móvil para llamarla, para saber dónde estaba, qué había pasado… Y, entonces, vi la nota:

“D.:
Fue una noche extraordinaria…, gracias.
Ahora debo marcharme; ambos sabemos el por qué.
Disfruta tu estadía en la ciudad, y espero podamos vernos nuevamente antes de tu partida.
Un beso.
M.” 

lunes, 6 de julio de 2015

Ese intenso deseo... (2)

Sus ojos se clavaban en mí.
Tomé un hielo bajo su atenta mirada. Sentía cómo se deslizaba por su boca. Su lengua asomaba y recogía cada gota en sus labios. Me acerqué aún más a ella. Mi lengua acarició la suya, sintiendo su suavidad y humedad en mi boca. Poco a poco fue retirando su jersey. la visión era increíble. Tan bella y delicada ante mí... Su silueta perfecta y sus senos apuntándome bajo el fino encaje.


Posé mi mano en su nuca mientras besaba su cuello, llevándola hacia la gran alfombra de lana que quedaba a nuestros pies.
Mis manos no dejaban de acariciarla. Deseaba meterme en cada poro de su piel.
Mis dedos rozaron sus senos retirando la camiseta de encaje y el sujetador. 
Nos miramos, y una sonrisa suya iluminó mi rostro.
Descendí hasta sus pechos. Tomé otro hielo. Sintió el contacto con su piel, erizándola. Sus pezones se endurecieron bajo mis dedos. Un leve gemido escapó de su boca.4

La observé y comencé a besarla. Lamí sus senos recogiendo cada gota que se deshacía en ellos. Mis dedos navegaban por su abdomen, llegando a su cadera, su suavidad, el delicado contacto de su piel.., hicieron que las ganas por sentirla aumentarán.
Su botón cedió a la presión de mis dedos, al cual seguiría otro..., y otro..., hasta dejarlos abiertos todos.
Fui bajando su pantalón que descendió por sus piernas. Las acaricié y besé en su descenso. Su excitación crecía con cada chasquido de mi lengua...


La prenda cayó a sus pies. Sonreí bajo sus ojos que no cesaban de observarme. Separé sus piernas con decisión. No digo que sin ternura pero sí con determinación. Dando un toque de alerta.
Mi lengua recorrió el interior de sus muslos hasta detenerme en su  tanga. Mis dedos lo acariciaban. Sus labios se dibujaban bajo el tejido por la excitación y la humedad aumentaba. La incrementé con un lento movimiento, acerqué mi boca, retirando levemente su goma. 
Comencé a lamerla. 
La miraba. Su pecho ascendía y descendía preso de una excitación cada vez mayor.
Me recreaba en cada movimiento. Tomé la goma entre mis dientes y comencé a quitárselo...


Atrás...
Sigue...